Había una
vez un hombre muy rico que tenía tres hijas. De pronto, de la noche a la
mañana, perdió casi toda su fortuna. La familia tuvo que vender su gran mansión
y mudarse a una casita en el campo.
Las dos
hijas mayores se pasaban el día quejándose por tener que remendar sus vestidos
y porque ya no podían ir a las fiestas. En cambio la pequeña, a la que llamaban
Bella por su dulce rostro y su buen carácter, estaba siempre contenta.
Un día su
padre se fue a la ciudad a ver si encontraba trabajo. Cuando montó en su
caballo, preguntó a sus hijas qué les gustaría tener, si él ganaba suficiente
dinero para traerles un regalo a cada una. Sin apenas pensarlo, las dos hijas
mayores gritaron:
-Para mí un
vestido precioso.
-Y un
collar de plata para mí.
Con su
candorosa voz, Bella murmuró:
-Yo
solamente quiero que vuelvas a casa sano y salvo. Eso me basta.
Su padre
insistió:
-¡Oh,
Bella, debe de haber algo que te apetezca!
-Bueno, una
rosa con pétalos rojos para ponérmela en el pelo. Pero como estamos en
invierno, comprenderé que no puedas encontrarme ninguna.
-Haré todo
cuanto pueda por, complaceros a las tres, hijas mías.
Diciendo
esto emprendió la marcha a todo galope.
En la
ciudad, todo le fue mal. No encontró trabajo en ninguna parte. Los únicos
regalos que pudo comprar fueron frutas y chocolate para sus dos hijas mayores,
pero no consiguió la flor para Bella. Cuando regresaba a casa, su caballo se
hizo daño en una pata y tuvo que desmontar.
De repente
se desató una tormenta de nieve y el desgraciado hombre se encontró perdido en
medio de un oscuro bosque.
Entonces
percibió, a través de la ventisca, un gran muro y unas puertas con rejas de
hierro forjado bien cerradas. Al fondo del jardín, se veía una gran mansión con
luces tenues en las ventanas.
-Si pudiera
cobijarme aquí... No había terminado de hablar cuando las puertas se abrieron.
El viento huracanado le empujó por el sendero hacia las escaleras de la casa.
La puerta de entrada se abrió con un chirrido y apareció una mesa con unos
candelabros y los manjares más tentadores.
Miró atrás,
a través de los remolinos de nieve, y vio que las puertas enrejadas se habían
cerrado y su caballo había desaparecido.
Entró. La
puerta chirrió de nuevo y se cerró a sus espaldas.
Mientras
examinaba nerviosamente la estancia, una de las sillas se separó de la mesa,
invitándole claramente a sentarse. Pensaba...
"Bien,
está visto que aquí soy bien recibido. Intentaré disfrutar de todo esto."
Tras haber
comido y bebido todo lo que quiso, se fijó en un gran sofá que había frente al
fuego, con una manta de piel extendida sobre el asiento. Una esquina de la
manta aparecía levantada como diciendo: "Ven y túmbate." Y eso fue lo
que hizo.
Cuando se dio
cuenta, era ya por la mañana. Se levantó, sintiéndose maravillosamente bien, y
se sentó a la mesa, donde le esperaba el desayuno. Una rosa con pétalos rojos,
puesta en un jarrón de plata, adornaba la mesa. Con gran sorpresa exclamó:
-¡Una rosa
roja! ¡Qué suerte! Al fin Bella tendrá su regalo.
Comió
cuanto pudo, se levantó y tomó la rosa de su jarroncito.
Entonces,
un rugido terrible llenó la estancia. El fuego de la chimenea pareció encogerse
y las velas temblaron. La puerta se abrió de golpe. El jardín nevado enmarcaba
una espantosa visión.
¿Era un
hombre o una bestia? Vestía ropas de caballero, pero tenía garras peludas en
vez de manos y su cabeza aparecía cubierta por una enmarañada pelambrera.
Mostrando sus terribles colmillos gruñó:
-Ibas a
robarme mi rosa ¿eh? ¿Es ésa la clase de agradecimiento con que pagas mi
hospitalidad?
El hombre
casi se muere de miedo.
-Por favor,
perdonadme, señor. Era para mi hija Bella. Pero la devolveré al instante, no os
preocupéis.
-Demasiado
tarde. Ahora tienes que llevártela... y enviarme a tu hija en su lugar.
-¡No! ¡No!
¡No!
-Entonces
te devoraré.
-Prefiero
que me comas a mí que a mi maravillosa hija.
-Si me la
envías, no tocaré un solo pelo de su cabeza. Tienes mi palabra.
Ahora,
decide.
E1 padre de
la chica accedió al horrible trato y la Bestia le entregó un anillo mágico.
Cuando Bella diera tres vueltas al anillo, se encontraría ya en la desolada
mansión.
Fuera, en
la nieve, esperaba el caballo, sorprendentemente curado de su cojera, ensillado
y listo para la marcha. La vuelta a casa fue un calvario para aquel hombre,
pero aún peor fue la llegada cuando les contó a sus hijas lo que había
sucedido. Bella le preguntó...
-¿Dijo que
no me haría ningún daño, de verdad, papá?
-Me dio su
palabra, cariño.
-Entonces
dame el anillo. Y por favor, no os olvidéis de mí.
Se despidió
con un beso, se puso el anillo y le dio tres vueltas.
Al segundo,
se encontró en la mansión de la Bestia.
Nadie la
recibió. No vio a la Bestia en muchos días. En la casa todo era sencillo y
agradable. Las puertas se abrían solas, los candelabros flotaban escaleras
arriba para iluminarle el camino de su habitación, la comida aparecía servida
en la mesa y, misteriosamente, era recogida después...
Bella no
tenía miedo en una casa tan acogedora, pero se sentía tan sola que empezó a
desear que la Bestia viniera y le hablara, por muy horrible que fuera.
Un día,
mientras ella paseaba por el jardín, la Bestia salió de detrás de un árbol.
Bella no pudo evitar un grito, mientras se tapaba la cara con las manos. El extraño
ser hablaba tratando de ocultar la aspereza de su voz.
-¡No tengas
miedo. Bella! Sólo he venido a desearte buenos días y a preguntarte si estás
bien en mi casa.
-Bueno...
Preferiría estar en la mía. Pero estoy bien cuidada, gracias.
-Bien. ¿Te
importaría si paseo un rato contigo?
Pasearon
los dos por el jardín y a partir de entonces la Bestia fue a menudo a hablar
con Bella. Pero nunca se sentó a comer con ella en la gran mesa.
Una noche,
Bella le vio arrastrándose por el césped, bajo el claro de luna. Impresionada,
intuyó en seguida que iba a la caza de comida. Cuando él levantó los ojos, la
vio en la ventana. Se cubrió la cara con las garras y lanzó un rugido de
vergüenza.
A pesar de
su fealdad, Bella se sentía tan sola y él era tan amable con ella que empezó a
desear verle.
Una tarde,
mientras ella leía sentada junto al fuego, se le acercó por detrás.
-Cásate
conmigo, Bella.
Parecía tan
esperanzado que Bella sintió lástima.
-Realmente
te aprecio mucho, Bestia, pero no, no quiero casarme contigo. No te quiero.
La Bestia
repitió a menudo su cortés oferta de matrimonio. Pero ella siempre decía
"no", con suma delicadeza.
Un día, él
la encontró llorando junto a una fuente del jardín.
-¡Oh,
Bestia! Me avergüenza llorar cuando tú has sido tan amable conmigo. Pero el
invierno se avecina. He estado aquí cerca de un año. Siento nostalgia de mi
casa. Echo muchísimo de menos a mi padre.
Con alegría
oyó que la Bestia le respondía:
-Puedes ir a
casa durante siete días si me prometes volver.
Bella se lo
prometió al instante, dio tres vueltas al anillo de su dedo y... de pronto
apareció en la pequeña cocina de su casa a la hora del almuerzo. La alegría fue
tan grande como la sorpresa.
Total, que pasaron
una maravillosa semana juntos. Bella contó a su familia todas las cosas que le
habían sucedido con su extraño anfitrión y ellos le contaron a su vez todas las
buenas nuevas. La feliz semana pasó sin ninguna palabra o señal de la Bestia.
Pensaba..."Quizá se ha olvidado de mí. Me quedaré un poquito más."
Pasó otra
semana y, para su alivio, nada ocurrió. La familia también respiró con
tranquilidad. Pero una noche, mientras se peinaba frente al espejo, su imagen
se emborronó de repente y en su lugar apareció la Bestia. Yacía bajo el claro
de luna, cubierta casi completamente de hojas. Bella, llena de
compasión, exclamó:
-¡Oh, Bestia! Por favor, no te mueras. Volveré, querida
Bestia.
Al instante dio vuelta al anillo tres veces y se encontró a
su lado en el jardín. Acomodó la enorme cabeza de la Bestia sobre su regazo y
repitió: -Bestia, no quiero que te mueras. Bella intentó apartar las hojas de
su rostro. Las lágrimas brotaban de sus ojos y rociaban la cabeza de la Bestia.
De repente, una voz con timbre diferente se dirigió a Bella.
-Mírame, Bella. Seca tus lágrimas. Bella bajó la vista y
observó que estaba acariciando una cabeza de pelo dorado. La Bestia había
desaparecido y en su lugar se encontraba el más hermoso de los seres humanos.
El joven tomó su cabeza entre las manos y Bella preguntó:
-¿Quién eres?
-Soy un príncipe. Una bruja me maldijo y me convirtió en una bestia para
siempre. Sólo el verdadero amor de una mujer me ha librado de la maldición. Oh,
Bella, estoy tan contento de que hayas regresado... Y ahora, dime, ¿te casarás
conmigo?
-Pues claro que sí, mi príncipe.
Desde aquel
momento los dos vivieron llenos de felicidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario