(Extracto de la obra "Instrucciones para vivir en
México")
Es mucho más fácil imaginar una fiesta de Año Nuevo que
organizaría —y mucho más barato—.Los elementos son de todos conocidos; se
necesitan serpentinas de colores, confeti y globos. Unespantasuegra con el que
un señor —de preferencia parecido a Groucho Marx— espante a variasconcurrentes.
Un puro encendido que haga estallar uno o dos globos. Sombreritos ridículos
—dealmirante, de charro, de chino con trenza— que al cuarto para las doce irán
a dar a las cabezascalvas de los invitados.Se beberá champaña; la botella
estará en una cubeta la cual, puesto que es imaginaria, será deplata. De comida
algo que sea caro y delicioso.Hay mucha alegría. Unos ríen, alguien canta
desafinadamente, otro toca un pito de globero,una mujer guapetona, en el colmo
del abandono, sube en una mesa y da pataditas; una mujergorda, vieja y medio
borracha, con una espesa capa de pintura en los labios, tratará de besar a
losconcurrentes con el pretexto de que es Año Nuevo.Estamos en una casa
versallesca o estilo Bellas Artes. Los hombres están vestidos como a
nadieen sus cabales se le ocurriría vestirse; de smoking y cuello de palomita o
con sacos de brocado ycorbatas de pintor bohemio. Las mujeres, de largo y muy
caro.Si observamos nuestra fiesta de Año Nuevo con detenimiento nos damos
cuenta de que en laalegría que reina hay una nota falsa. Tenue, pero falsa.
Aquel gordo, por ejemplo, ¿cree quenecesita ponerse un sombrerito de marinero
para verse ridículo? Hay demasiadas dentaduraspostizas. Las carcajadas son
demasiado estruendosas para ser sinceras.Es que nadie inventa una fiesta
así nomás por gusto. Esto no es más que el preámbulo de unatragedia.Nótese que
todos los presentes son de edad madura. La juventud no entrará en la escena
másque para dar malas noticias, o para provocarlas.Por ejemplo, a las doce y
diez, cuando todo es gritos y abrazos, entran en el salón un niño yuna niña.
Están en piyama y llevan en las manos una palangana.—Mira, papá —dice el niño—
lo que le está pasando a la salamandra que nos regalaste hoy enla mañana.La
alegría desaparece como por encanto. Silencio profundo. Los invitados se
acercanpausadamente, con paso indeciso, a ver lo que está ocurriendo en el
interior de la palangana...Si no nos interesa la ciencia ficción,
podemos imaginar otras posibilidades.A las doce y diez entra en el salón el
hijo de la casa. Es un joven de veinte años, bien parecido,en suéter y camisa
abierta —es evidente que ha aprovechado la noche del 31 de diciembre parapreparar
su tesis—; el rictus que tiene en el rostro demuestra que reprueba la
frivolidad de susmayores. Cruza el salón con paso decidido entre los
festejantes hasta llegar al televisor. Loenciende: la voz del comentarista
domina los demás ruidos. La alegría se suspende. Todos miran elrostro
ajado que aparece en la pantalla. La voz dice:—Las tropas translivianas han
invadido nuestro territorio. El Ejecutivo, en represalia, haordenado un ataque
nuclear. Estamos en el vórtice de la guerra atómica...O bien. Llaman a
la puerta de la calle. El mayordomo abre. Entran en el vestíbulo
varios jóvenes de chamarra.—¿Quiénes son esos muchachos? —pregunta el
dueño de la casa a su esposa.
—¿Serán amigos de Pepito? —pregunta a su vez ella. Pepito es
el primogénito.La señora comprende que los recién llegados no son amigos de
Pepito cuando ve lasmetralletas que llevan en las manos.Este es el Año Nuevo de
los millonarios. Para variar podemos imaginar la misma fecha en una casahumilde
de una colonia de paracaidistas. La esposa, espejo de mujer mexicana, ha pasado
el díaentero haciendo buñuelos. Cuando echa a freír el último llaman a la
puerta. Uno de los catorceniños que se revuelcan en el suelo la abre. Son dos
hombres que traen al marido, padre y jefe delhogar en brazos; está borracho
perdido.En el radio de transistores —que ha estado sonando todo el tiempo— se
oye un mensaje depaz:—…los problemas que hemos tenido en 73, se agudizarán en
74, en todo el mundo... (2-1-71)
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