Todos los días el la miraba. Cada movimiento que ella hacia le parecía fascinante. Su cabello largo y tan obscuro, sus facciones, sus labios delgados y su cintura. Seguramente se podría pasar la vida entera solo observándola.
Ella ni siquiera sabia quien era el. Nunca se había detenido a verlo y probablemente nunca lo hubiera hecho de no ser porque ya estaba marcado en su destino que debía tropezar con el.
Una mañana, ella se había quedado dormida y ahora corría a clase. Chocaron. Era el destino llamándolos a estar juntos. Fue el primer encuentro entre los ojos de ella y los de el. Un intercambio de miradas y de sonrisas, solo eso bastó.
De saludarse, pasaron a platicar. Se divertían juntos y lo mejor era que se entendían.
El daba todo por ver una sonrisa sincera dibujada en el rostro de ella. Ya no la quería, la amaba. Su sonrisa lo volvió loco, sus ojos lo volvieron un tonto.
Ella nunca noto cuanto amor el sentía por ella y si lo hizo jamás lo demostró. En cambio, también sin darse cuenta, ella comenzó a amarlo.
Tenían miedo de entregar sus corazones. Sabían que si se amaban, entonces despertarían del sueño y que tal vez no soportarían volver a dormir.
El amor es la más grande expresión que tiene el ser humano de sí mismo y darle tú amor a alguien el regalo más valioso que puedes otorgar.
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